Por Luis Miguel Castilla.
Hace unas semanas sostuvimos un interesante diálogo con un exministro de Hacienda de Bolivia que contaba cómo el modelo boliviano resultó totalmente insostenible y generó una sensación de bienestar momentánea que ahora tendrá que sincerarse. La razón del colapso es que la base de ese modelo era el estatismo a ultranza financiado por la renta generada por la venta de gas natural a Brasil y Argentina.
Al no haber invertido los excedentes en exploración para aumentar dichos recursos naturales, Bolivia no ha podido honrar sus compromisos contractuales de venta de gas y se terminó esa fuente de ingresos. Peor aún, el gasoducto entre Bolivia y sus vecinos ahora será utilizado para transportar el gas argentino hacia el mercado brasileño y Bolivia continuará incrementando su dependencia de combustibles importados.
De otro lado, el gasto público ha crecido exponencialmente a través de subsidios, bonos, emprendimientos de riesgo fallidos (plantas de urea), pensiones mínimas, originando un desequilibrio fiscal de 8% del PBI y un repunte de la deuda pública que ahora alcanza el 80% del PBI, situación claramente insostenible como advierte la reducción del rating de las agencias de calificación de riesgo ante el mayor riesgo de default.
A esto se suma el colapso de las reservas internacionales del Banco Central y su incapacidad por suplir de dolares a la población. Un incremento significativo de las importaciones por mantener un tipo de cambio rígido y estimular artificialmente a la demanda interna también ha generado un importante desequilibrio externo. En suma, el modelo estatista generó una ficción que un contexto externo menos favorable ha desnudado. Las nacionalizaciones es la ruta que el gobierno de Luis Arce ha seguido para contar con liquidez (al igual que intentar vender el oro que tiene un subordinado banco central) pero eso es un paliativo de corto plazo.
La crisis macroeconómica que se ha incubado es de tal magnitud que solo un gran ajuste del gasto público (y que sea creíble) y dejar flotar al tipo de cambio podría darle oxígeno momentáneo a Bolivia. Este caso confirma una vez más que el estatismo y la demonizacion de la actividad privada no son la forma de generar progreso. No hay caso en el mundo en que estas políticas no hayan reventado en la cara de sus proponentes. Y al final “el pueblo” acaba pagando las consecuencias.
En este contexto, cabe preguntarnos con qué cara puede la izquierda peruana seguir apostando por estas recetas fallidas que siempre acaban mal. No podemos permitir que se sigan vendiendo soluciones ideologizadas que comprobadamente garantizan el retroceso.