Por Luis Miguel Castilla
Es positivo que las entidades públicas hayan mejorado la ejecución del presupuesto asignado a la inversión pública, pero esto no garantiza impacto para la población. De hecho, todos los años se incrementa la asignación presupuestaria y las autoridades pelean por más presupuesto, pero no hay evidencia alguna de que esa mayor asignación mejore la calidad de vida de los peruanos. Ejemplo de ello es que, en los últimos cinco años, se gasta S/ 5.000 millones anualmente en agua y saneamiento. Sin embargo, el acceso al agua potable las 24 horas al día no se ha movido en el quinquenio: 50%. Algo similar ocurre en materia de salud y educación. Los presupuestos se han duplicado en los últimos 10 años, pero la anemia ha incrementado y los logros de aprendizaje se han reducido. Peor aún, el presupuesto en la función de seguridad y orden interno se ha triplicado desde 2014, pero la ola de criminalidad no da tregua.
La falta de eficiencia en el gasto público perpetúa la desafección ciudadana
Peor aún, en un país tan desinstitucionalizado como el nuestro y en el que la corrupción no cede, vanagloriarse de incrementar el gasto en materia de inversión pública sin mejorar la eficiencia y el impacto de ese gasto, es perpetuar la desafección ciudadana ante la falta de resultados.
La necesidad de mejorar la gestión en el ciclo de inversión pública
Obviamente, las deficiencias en gestión pública son el principal desafío a ser enfrentado. Es crucial que el foco esté puesto en encarar las falencias del ciclo de inversión pública, desde la planificación y programación, pasando por la ejecución y culminando con la operación y mantenimiento de los activos públicos que se construyan. Esto pasa por mejorar la programación multianual (y respetarla), privilegiando el cierre de brechas; optar menos por la modalidad de administración directa que por la licitación pública (en vista de que esta primera modalidad tiene mayores costos, sobrecostos e incidencia de inconducta funcional, como la evidencia lo demuestra); encarar la excesiva atomización de los proyectos de inversión pública; mejorar la supervisión de los proyectos; mejorar la calidad de los expedientes técnicos; priorizar el destrabe de obras paralizadas; asignar recursos en operación y mantenimiento; etc.
La ejecución del presupuesto no es sinónimo de éxito en la gestión pública
Lamentablemente, poco o nada se dice de esto. La ejecución es importante, pero no es necesariamente una métrica de una gestión eficiente y con impacto. No obstante, sigue siendo el indicador más utilizado para evaluar el éxito de la gestión. Lo crucial es cambiar el foco de la discusión pública hacia gasto de calidad y cierre de brechas. De lo contrario, la población seguirá con expectativas incumplidas y esto es el caldo de cultivo para el descontento y la conflictividad social. No ayuda el triunfalismo que el Gobierno muestra, descuidando otras prioridades que resultan clave para el bienestar de los peruanos. Ojo con eso.
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