Por Luis Miguel Castilla.

La pandemia relegó la lucha contra el cambio climático a un segundo plano en la discusión global y en las prioridades nacionales (como era de esperarse). Superada oficialmente la pandemia y ahora que el Perú ha estado azotado por desastres naturales y se prevé un Fenómeno de El Niño de magnitud a partir de la segunda mitad del año, se ha vuelto a replantear los vínculos entre el calentamiento global y la recurrencia de fenómenos climatológicos.

Si bien tenemos este tipo de disrupciones climatológicas cada cierto tiempo (y desde siempre), su frecuencia parece estar incrementado por las anomalías imputables al cambio climático. El Perú se comprometió el año 2015 a unas agresivas metas de reducción de emisiones de gases de efecto hibernadero al 2030.

Para ello estableció un plan de medidas de mitigación y adaptación al cambio climático (las contribuciones nacionalmente determinadas o NDC), siendo las más urgentes las relacionadas al uso de la tierra, la deforestación y el uso de los combustibles fósiles para el transporte público. De hecho, estas fuentes representan mas de dos terceras partes de las emisiones que produce nuestro país todos los años y donde lamentablemente los avances han sido insuficientes según mediciones internacionales.

Un ámbito donde si ha habido avance ha sido los esfuerzos por acelerar una transición energética que apueste por una matriz más limpia que dependa más de recursos renovables (RER) y menos de fuentes fósiles. Plantas de RER han recibido subsidios y hay sendos proyectos de ley que promueven una adopción más acelerada en generación eléctrica. Esto resulta positivo en tanto considere tres aspectos cruciales:

  1. Una transición energética que sea equilibrada entre los objetivos de competitividad, medio ambiente y seguridad y confiabilidad en el suministro. De por sí nuestra matriz energética es bastante limpia, competitiva y segura (en gran medida gracias al proyecto de Camisea).
  2. Que no se introduzcan distorsiones a través de subsidios o regulaciones que podrían provocar sobre inversiones que alteren la eficiencia del mercado eléctrico. O que generen pérdida de ingresos fiscales por regalías que dejarían de percibirse al desplazar el gas natural que tiene el país ante una mayor generación de RER.
  3. No perder de vista que la electricidad en el país solo produce el 5% de las emisiones. 95% se producen en otros ámbitos que no reciben la urgente atención que merecen.

La actual coyuntura obliga a retomar esta agenda con la máxima seriedad posible para hacer más resiliente al Perú y mitigar los daños causados por fenómenos cada vez más costosos en términos sociales, económicos y humanos. La transición energética es una gran oportunidad para nuestro país con tal que se haga de manera equilibrada. Más importante aún es no olvidarse de las actividades que depredan el medio ambiente y aceleran el calentamiento global y para las cuales las autoridades muestran gran indolencia e insuficiente atención.

Aquí puedes leer la columna de Luis Miguel Castilla en Gestión.