Por Luis Miguel Castilla.
Uno de los puntales del progreso nacional ha sido la política de apertura llevada adelante los últimos 25 años. Las negociaciones comerciales internacionales en buena medida impulsada por los sectores empresariales abrieron mercados para nuestras exportaciones no tradicionales e impulsaron una inserción externa muy efectiva y beneficiosa.
No solo se generó empleo con valor agregado sino que se aportó divisas al país fortaleciendo las cuentas externas. Los fracasados intentos por profundizar la integración regional dieron pie a los acuerdos comerciales bilaterales con la mayoría de nuestros socios comerciales y dispararon nuestras exportaciones. Así, estas se multiplicaron 12 veces en las últimas tres décadas (a lo que claramente contribuyeron también los ciclos de elevados precios de los commodities que exportamos).
La alianza del Pacífico
Hace doce años, bajo el liderazgo del Perú, se lanzó la Alianza del Pacífico, bloque al que se sumaba Colombia, Chile y México, las economías con el mejor manejo macroeconómico de la región, abiertas al libre comercio y que tenían a la economía de mercado y al sector empresarial como motor de su crecimiento económico. Mientras la Alianza atraía la atención del mundo (más de 60 países observadores y la intención de incorporar como miembros a las economías más dinámicas del Pacífico), languidecían otros bloques como Mercosur y la Comunidad Andina y se creaban y cerraban bloque ideologizados como la Unasur.
Este último impulsaba un proyecto político de hegemonía brasileña en la región y fue capturada desde un inicio por líderes populistas y proteccionistas. Con el cambio de los vientos políticos que vivimos hoy en América Latina, los gigantes de la región, Brasil y México, están empeñados en debilitar la única iniciativa de complementariedad económica exitosa e imponer refritos absurdos apelando al nacionalismo regional.
Impulso de la cadena de valor
Resulta una pérdida de tiempo plantear nuevamente una moneda común regional en un momento de divergencias entre la conducción económica de los países y la subordinación política de algunos bancos centrales. Lo mismo ocurre con el sabotaje del presidente mexicano a la Alianza, ninguneando las ventajas que este bloque le otorga a sus empresas, especialmente en materia de impulsar cadenas de valor.
La industria automotriz mexicana, aunque en escala reducida, se beneficia de la importación de llantas y otras autopartes peruanas, que a su vez le permite ensamblar vehículos para la reexportación. Estas movidas de Lula y AMLO ilustran su desprecio por la apertura por el enorme tamaño de sus economías.
El Perú no debe cesar de dar la pelea por salvaguardar una política de Estado que continuó profundizando una inserción internacional pragmática pese a los sucesivos gobiernos que hemos tenido en los últimos años. El proteccionismo es una mala tendencia global, pero aún persisten países que apuestan por la apertura y estos son los más exitosos del mundo. El Perú puede unirse a ese grupo si logra superar el sabotaje de sus vecinos.
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